15 de septiembre de 2009

Los Niños del Llullaillaco ¿SACRIFICIO HUMANO?

Por El Tribuno / Salta - Sunday, Mar. 23, 2008 at 6:31 PM

> Mito y realidad sobre la ceremonia de capacocha.
En el idioma quechua no hay ningún término que se refiera a la inmolación de personas en honor a un dios.

FOTO: LA TEORIA DE QUE FUERON DEJADOS EN LA CIMA DE LA MONTAÑA COMO UN SACRIFICIO ES CUESTIONADA POR UNA INVESTIGADORA SALTEÑA.

María Fernanda Abad

La llegada de los tres Niños del Llullaillaco a nuestro tiempo, tras cinco siglos de sueño entre nieves eternas, ha reavivado el debate acerca de "la verdadera historia" de los incas. Entre las versiones más cuestionadas están aquellas (tomadas de los cronistas y repetidas en los libros de texto escolares) que hablan de la práctica del sacrificio humano en la cultura andina. Un concepto que "ni siquiera existe en el idioma quechua", señala Katia Gibaja, responsable de la Unidad de Información Andina del Museo de Arqueología de Alta Montaña (MAAM). "No existe término para designar el sacrificio humano al inti (sol), y tampoco existe en los templos un altar destinado a la inmolación", añade.

Si -como dicen los lingüistas- cada lengua es una categorización del mundo, ya que sus palabras y frases recortan la realidad de forma particular por influencia de la cultura, "el desconocimiento del idioma quechua por parte de los cronistas del siglo XV derivó en falsas interpretaciones". Es lo que afirma Gibaja, al tiempo que explica que, etimológicamente, la palabra capacocha deriva de qhapaq = fuerza, riqueza, poder; y qhocha = agua en sus diferentes estados. "Por consiguiente, es el poder del agua para la vida", resume. Así, la ceremonia mediante la cual los incas depositaron a sus niños entre las nieves eternas de los Andes estaría -según Gibaja- más relacionada con la preservación de la vida que con la consumación de un sacrificio.

La investigadora peruana, radicada desde hace años en Salta, señaló que el desconocimiento del idioma quechua hizo que algunos historiadores identificaran la capacocha con algo negativo, derivando el término, por ejemplo, de "qhapaq" (realeza o poder) y "hucha" (pecado, culpa o desorden cósmico).

Así como para el pueblo campa de la selva amazónica existen 27 palabras para nombrar el verde; y para los miskitos del Caribe, que son muy buenos marineros, hay 25 palabras para el viento, para los incas simplemente no existía el concepto de "sacrificio humano", porque era otra su concepción de la muerte.

"Guardar sus seres en montañas altas, con nieves perpetuas, fue la forma que encontraron para protegerlos de la muerte. Ellos ya sabían de las matanzas que estaban sucediendo más al Norte, en manos de los conquistadores españoles. Por eso quisieron conservar a sus hijos en estos lugares, porque en el fondo querían que se salvaran. Tenían la esperanza de que algún día, de alguna manera, despertarían", señala Gibaja.

El efecto de la crioconservación sobre los tres niños incas encontrados en la cima del Llullaillaco hace que quien los contempla tenga la sensación de que no están muertos, sino "dormidos". "Hay aire en sus pulmones, sangre coagulada en sus venas, y sus retinas están intactas. Han llegado a nosotros tal cual sus padres los dejaron, sobreviviendo a todas las matanzas", manifestó Gibaja.

Los cronistas

Para Gibaja, merece una mirada especial el testimonio escrito de Pedro Cieza de León (1518-1560), quien en el capítulo 29 de su libro póstumo "Crónica del Perú" define la capacocha como "ofrenda que se pagaba en lugar de diezmo a los templos, (consistente en) muchos vasos de oro y plata y otras piezas y piedras (preciosas) y cargas de mantas ricas y mucho ganado".

"En otras palabras -precisa la investigadora- para Cieza de León capacocha no tiene nada de inmolación humana, como pretenden otros autores".

Gibaja también aclara que es falsa la afirmación de que se ofrecían sacrificios humanos cuando el inca se hallaba enfermo o moribundo: "Tal estado era para él el acercamiento a su padre el sol". Para ejemplificar cita a Garcilaso de la Vega, quien en sus "Comentarios reales" (Libro 1, capítulo 25), dice que, en sus últimos instantes de vida, el inca Manqo Qhapaq expresó a sus hijos y principales vasallos que "le llamaba el sol y que se iba a descansar con él, que se quedasen en paz, que desde el cielo (hanan) tendría cuidado de ellos y les favorecería y socorrería en todas sus necesidades".

"¿Cómo es posible que una persona que está muriendo así espere y hasta reclame sacrificios humanos para evitar el encuentro con su padre-Dios?", enfatiza Gibaja.

Por otra parte, según la investigadora salteña, tampoco pueden confundirse las "capacochas" con los familiares y fieles servidores que "voluntariamente" querían "acompañar" al difunto inca en su última morada. Gibaja cita el caso de Atahualpa, relatado por cronistas anónimos de Indias: "En este caso, las mujeres que pedían ser enterradas eran muy cercanas al inca. No era ninguna ofrenda al Inti Sol, sino un acto puramente familiar de fidelidad femenina".

Grandes distancias culturales

Para ejemplificar la distancia cultural que separaba a los españoles que arribaban a América de los habitantes originarios del continente, Gibaja cita el fragmento de una narración del cronista Fray Domingo de Soria Luce, quien fuera soldado de Pizarro. "El indio intérprete Felipillo le dijo a Atahualpa 'ellos quieren oro; lloran por oro, gritan por oro, se matan por oro. Pregúntale por el precio de tu libertad y verás que con oro la tendrás. No hay nada en el mundo que por oro no te lo den. Sus mujeres, sus hijos, sus almas y hasta el alma de sus amigos'".

El cronista prosigue: "Lo que me impresionó más profundamente en todo ello fue la expresión de asombro y ensimismamiento en la cara de Atahualpa en aquella hora. Al contemplar, por un lado, a mis conmilitares con su 'delirium tremens' del oro y, por el otro lado, la figura muda que no sale de su espanto del inca, se abrió un nuevo mundo a mis ojos. Por primera vez vi con toda claridad lo extraño que les éramos, con una extrañeza incomprensible, atroz. Nos miraba no como hombres de un mundo que él no conocía, sino como seres de una naturaleza imposible de explicar".

Falta de testigos
y desconocimiento
sobre simbología

Katia Gibaja es miembro investigador del Instituto de Etnohistoria, Lingüística y Folclore de Alta Montaña de la Universidad Católica de Salta. Desde este ámbito estableció contacto con investigadores de otras latitudes, como el doctor en Etnología Peter Hassler, de la Universidad de Zurich. En su libro "Realidad o fantasía", el investigador suizo desmitifica la existencia de sacrificios humanos entre los aztecas, incas y culturas de mesoamérica.

Hassler señala que la tradición oral siempre ha negado que en la cultura azteca "se realizaran estos bárbaros hechos". Subraya además que entre los cronistas "no existe ni un solo testigo presencial auténtico, ni se han encontrado las fosas comunes de las supuestas matanzas (que necesariamente deberían existir si se habla de miles los ajusticiados).

Para Hassler, la historia atroz sobre los pueblos originarios de América está basada en el "oír decir". Cita el caso de Bernal Díaz del Castillo, una clásica fuente acerca de los aztecas, quien en su "Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España" (1632) narra: "Nosotros observamos en dirección a las grandes pirámides y vimos cómo (los aztecas) colocaban a nuestros camaradas boca arriba sobre piedras erigidas para los sacrificios y con cuchillos de obsidiana aserraban sus pechos, los abrían y sacaban sus todavía palpitantes corazones".

"La escena de este ritual habría sucedido en el más importante templo de Tenochtitlán. Los observadores, sin embargo, estuvieron viendo desde Tlacopán, un sitio que se encuentra a 8 kilómetros de distancia", asegura Hassler, quien se doctoró con un trabajo acerca de los sacrificios humanos.

El investigador señala que tampoco se tomó muy en cuenta el simbolismo y las metáforas indígenas. "'Extraer el alma del cuerpo' no se trata necesariamente de una acción quirúrgica. Los grabados y pictogramas que ilustran la muerte de algún personaje pueden tratarse de un mito o de la muerte mística durante una iniciación ritual, y no de un asesinato", ejemplificó.

1 comentario:

Luis A. Rateni dijo...

No soy muy versado en antropología cultural, pero esta versión sobre la Ceremonia de Capacocha y su significación me resulta, desde un punto de vista historiográfico, mucho más armónica con el universo cultural y espiritual incaico.

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